Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA FLORIDA DEL INCA



Comentario

CAPÍTULO XVII


Júntanse los españoles en Pánuco. Nacen crueles pendencias entre ellos y la causa por qué



Gonzalo Cuadrado Jaramillo y su compañero Francisco Muñoz, que dejamos caminando por la costa, no pararon en toda la noche y al amanecer llegaron a la boca del río de Pánuco, donde supieron que el gobernador y sus cinco carabelas habían entrado a salvamento y subían por el río arriba. Alentados con esta buena nueva, no quisieron parar a descansar, antes, con haber caminado aquella noche doce leguas sin descansar, se dieron más prisa en su viaje y caminaron otras tres leguas y llegaron a las ocho de la mañana donde el gobernador y los suyos estaban con mucha pena y tristeza del temor que tenían no se hubiesen anegado las dos carabelas que habían quedado en la gran tormenta de la mar, la cual no había cesado aún, ni se aplacó en otros cinco días después.

Mas con la presencia y relación de los dos buenos compañeros trocaron la pena y congoja en contento y alegría, dando gracias a Dios que los hubiese librado de muerte. Y el día siguiente recibieron la carta que el indio les llevó, a la cual respondió el gobernador que, habiendo descansado lo que bien les estuviese, se fuesen a la ciudad de Pánuco, donde los esperaba para que entre todos se diese orden en sus vidas.

Pasados ocho días después del naufragio se juntaron todos nuestros españoles con su gobernador en Pánuco, y eran casi trescientos. Los cuales fueron muy bien recibidos de los vecinos y moradores de aquella ciudad que, aunque pobres, les hicieron toda la cortesía y buen hospedaje que les fue posible, porque entre ellos había caballeros muy nobles que se dolieron de verlos tan desfigurados, negros, flacos y secos, descalzos y desnudos, que no llevaban otros vestidos sino de gamuza y cueros de vaca, de pieles de osos y leones y de otras salvajinas, que más parecían fieras y brutos animales que hombres humanos.

El corregidor dio luego aviso al visorrey don Antonio de Mendoza, que residía en México, sesenta leguas de Pánuco, de cómo habían salido de la Florida casi trescientos españoles de mil que en ella habían entrado con el adelantado Hernando de Soto. El visorrey envió a mandar al corregidor que los regalase y tratase como a su propia persona y, cuando estuviesen para caminar, les diese todo buen aviamiento y se los enviase a México.

En pos de este recaudo envió camisas y alpargatas y cuatro acémilas cargadas de conservas y otros regalos y medicinas de enfermos para nuestros españoles, entendiendo que iban dolientes, mas ellos llevaban sobra de salud y falta de todo lo demás necesario a la vida humana.

En este lugar dice la relación de Juan Coles, y la de Alonso de Carmona, que la Cofradía de la Caridad de México envió estos regalos por orden del visorrey.

Es de saber ahora que como el general Luis de Moscoso de Alvarado y sus capitanes y soldados se hallasen juntos y hubiesen descansado de diez o doce días en aquella ciudad, y los más discretos y advertidos hubiesen considerado con atención la vivienda de los moradores de ella, que entonces era harto miserable porque no tenían minas de oro ni plata ni otras riquezas que lo valiesen, sino un comer tasado de lo que la tierra daba y un criar algunos pocos caballos para los vender a los que de otras partes fuesen a comprarlos, y que los más de ellos vestían mantas de algodón, que pocos traían ropa de Castilla, y que los vecinos más ricos y principales señores de vasallos no tenían más caudal del que hemos dicho, con algunos principios de criar ganado en muy poca cantidad, y que se ocupaban en plantar morales para criar seda y en poner otros árboles frutales de España para gozar de sus frutos el tiempo adelante, y que conforme a lo dicho era el demás menaje y aparato de casa, y que las casas en que vivían todas eran pobres y humildes y las más de ellas de paja; en suma notaron que todo cuanto en el pueblo habían visto no era más que un principio de poblar y cultivar miserablemente una tierra que con muchos quilates no era tan buena como la que ellos habían dejado y desamparado y que, en lugar de las mantas de algodón que los vecinos de Pánuco vestían, podían ellos vestir de muy finas gamuzas de muchas y diversas colores como al presente las traían, y podían traer capas de martas y de otras muy lindas y galanas pellejinas que, como hemos dicho, las había hermosísimas en la Florida, y que no tenían necesidad de plantar morales para criar seda pues los habían hallado en tanta cantidad, como se ha visto, con la demás arboleda de nogales de tres maneras, ciruelos, encinas y roble, y la abundancia de uvas que hallaban por los campos.

A este comparar de unas cosas a otras se acrecentaba la memoria de las muchas y buenas provincias que habían descubierto, que solamente en las que se han nombrado son cuarenta, sin las olvidadas y otras cuyos nombres no habían procurado saber. Acordábaseles la fertilidad y abundancia de todas ellas, la buena disposición que tenían para producir las mieses, semillas y legumbres que de España les llevasen y la comodidad de pastos, dehesas, montes y ríos que tenían para criar y multiplicar los ganados que quisiesen echarles.

Últimamente traían a la memoria la mucha riqueza de perlas y aljófar que habían despreciado y las grandezas en que se habían visto, porque cada uno de ellos había presumido ser señor de una gran provincia. Cotejando, pues, ahora aquellas abundancias y señoríos con las miserias y poquedades presentes, hablaban unos con otros sus imaginaciones y tristes pensamientos y, con gran dolor de corazón y lástima que de sí propios tenían, decían: "¿No pudiéramos nosotros vivir en la Florida como viven estos españoles en Pánuco? ¿No eran mejores las tierras que dejamos que éstas en que estamos? ¿Donde, si quisiéramos parar y poblar, estuviéramos más ricos que estos nuestros huéspedes? ¿Por ventura tienen ellos más minas de oro y plata que nosotros hallamos ni las riquezas que despreciamos? ¿Es bien que hayamos venido a recibir limosna y hospedaje de otros más pobres que nosotros pudiendo nosotros hospedar a todos los de España? ¿Es justo ni decente a nuestra honra que de señores de vasallos que pudiéramos ser hayamos venido a mendigar? ¿No fue mejor haber muerto allí que vivir aquí?"

Con estas palabras y otras semejantes, nacidas del dolor del bien que habían perdido, se encendieron unos contra otros en tanto furor y saña que, desesperados del pesar de haber desamparado la Florida, donde tantas riquezas pudieran tener, dieron en acuchillarse unos con otros con rabia y deseo de matarse. Y la mayor ira y rencor que cobraron fue contra los oficiales de la Hacienda Real y contra los capitanes y soldados nobles y no nobles naturales de Sevilla, porque éstos habían sido los que, después de la muerte de Hernando de Soto, más habían instado en que dejasen la Florida y saliesen de ella, y los que más habían porfiado y forzado a Luis de Moscoso a hacer aquel largo viaje que hicieron hasta la provincia de los Vaqueros, en el cual camino, como entonces se vio, padecieron tantas incomodidades y trabajos que murieron la tercia parte de ellos y de los caballos, la cual falta causó la última perdición de todos ellos porque los necesitó y forzó a que con brevedad se saliesen de la tierra y no pudiesen esperar ni pedir el socorro que el adelantado Hernando de Soto pensaba pedir enviando los dos bergantines que había propuesto enviar por el Río Grande abajo a dar noticia a México y a las islas de Cuba y Santo Domingo y Tierra Firme de lo que había descubierto en la Florida para que le enviaran socorro para poblar la tierra. El cual socorro, por la capacidad que el Río Grande tiene para entrar y salir por él cualquier navío y armada, se les pudiera haber dado con mucha facilidad.

Todo lo cual, bien mirado y considerado por los que habían sido de parecer contrario, que llevando adelante los propósitos del gobernador Hernando de Soto asentasen y poblasen en la Florida, viendo ahora por experiencia la razón que entonces tuvieron de quedarse y la que al presente tenían de indignarse contra los oficiales y contra los de su valía, se encendieron en tanto furor que, habiéndoles perdido el respeto, andaban a cuchilladas tras ellos de tal manera que hubo muertos y heridos, y los capitanes y oficiales reales no osaban salir de sus posadas, y los soldados andaban tan sañudos unos contra otros, que todos los de la ciudad no podían apaciguarlos. Estos y otros efectos se causan de las determinaciones hechas sin prudencia ni consejo.